martes, 15 de marzo de 2011

Aguas

Nos tocamos, nos sentimos con una sola mirada. Se esfuma el mundo y de repente no sabemos donde estamos. No hace falta entender los por qués, porque todo se resume en ese encuentro. Me desnudás con una dulce mirada, de esas que queman. No hace falta decir nada, nuestros cuerpos hablan por sí solos. Y quietos frente a frente, se aman, se odian, se rebelan, se unen. Mis dedos con sus dedos sienten la suavidad y fragilidad de nuestra piel. Y nos hundimos en un mar rojo, tibio y frío, salvaje y calmo. Nos envuelve la perfección de sus aguas, y extrañamente no nos cuesta respirar. Nos volvemos animales y nadamos hasta cansarnos. No hay heridas, no hay amor, no hay nada: solo fuego y agua fusionándose. Caemos en un abismo infinito del que creemos no hay salida. Y mientras seguimos cayendo, nos miramos sin mirarnos, imaginamos nuestros cuerpos juntos, quemándose y volviendo a nacer. Nos volvemos adictos a nuestra piel y solo nosotros ya sabemos cómo tocarnos, cómo mirarnos, cómo sentirnos. Nos hundimos en el otro, y pensamos que es ese nuestro mejor refugio. Pero la realidad nos persigue, la eternidad no existe. Y mientras vivimos la fantasía, el tiempo nos alcanza. Nos despedimos de ese mar, nos despedimos de nuestra perfección. No necesitamos palabras, solo una caricia, con la que entendemos que ese mar siempre va a estar, separándonos y uniéndonos. Y uno en cada orilla, nos despedimos sabiendo que algún día nos vamos a escapar de la realidad una vez más, para nadar en nuestro mar.

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