Camino en la madera descalza. No
reparo en esos papeles con colores que viven; que se mueven sin pies, hablan
sin boca, miran sin ojos.
La costumbre los ha refugiado
entre sus crueles brazos, cambiando sus colores, volviéndolos grises. Nadie
repara en ellos, nadie ve lo que fueron. Puertas abiertas al pasado, puertas
abiertas al presente. Fueron risas, miradas, sueños; ahora solo son sentimientos aturdidos.
Un instante, estoy parada en el umbral del
pasado.
Risas o llantos no se distinguen
desde afuera; qué fue el momento, qué es el momento. Desde lejos, solo es una caja
vacía. Desde cerca, es el pasado esperando que la velocidad se detenga para
invadir mis pies, mi madera, mis papeles de colores.
La velocidad se detiene. Todo se
vuelve gris y suave, desdeñado y nostálgico. Los latidos y las voces se
escuchan a lo lejos; toco la perfección de lo inerte por algunos segundos. La
realidad me empuja hacia el umbral de lo que es. El verde, azul, amarillo nunca
parecieron tan desvaídos y revoltosos; los grises tan vivos me capturaban con
su quietud.
Di la vuelta, miré la puerta
ahora cerrada. ¡Lo sé! Estoy condenada a vivir en un mundo bullicioso, donde no
hay espacio para el pasado, solo para el presente. Los grises que vivieron y
viven encerrados en una caja vacía, solo existen en las fotografías.
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