jueves, 27 de mayo de 2010

Lana, madera y una copa para sentirte mejor

1, 2, 3, 4, 5, 6 y más. Los gorros, sombreros que hay en mi casa. Son tan graciosos y son la herencia que tengo. Es como una obsesión familiar, tanto como la fotografía, un tanto más rara que esta.
Es una de las cosas que rescato de tener en común con mi madre. La fotografía, lo que me enseña ella. Y los gorros, of course. 
Es casi como volver a la infancia cuando nos ponemos los sombreros y demás, y le digo "foto, foto" y ella casi como una nena con un juguete nuevo, va y agarra su cámara. 
Tengo que decir que es uno de los momentos que más quiero, anhelo. No son muy frecuentes, y ninguno es igual al otro. Es sentir que en ese momento mi mamá entiende qué es lo que quiero, que no hay nada diferente en nosotras. 
Es sentirla, es poder estar con ella. No es que sea ausente, no. Es solo que a veces, somos como dos extraños que viven en una misma casa. O tal vez dos seres queridos que son tan cercanos y a la vez tan distantes. Y si me preguntan, sí me gustaría decir que mi mamá es mi mejor amiga, o por lo menos en ciertos momentos, amiga mía. Pero simplemente no lo es. 
Pero son esos pequeños y tan simples momentos en los que siento que es aliada mía. Y que puedo contarle todo.
Esos momentos de efímera felicidad en la cual puedo olvidarme de el mundo de alrededor, de todos los problemas, olvidarme de las decepciones y demás traiciones. Es como un truco. Pero siempre se vuelve. Una no puede vivir en esa realidad infantil, tan acotada. No, tiene que volver con las responsabilidades de cada día. Hacer esto, lo otro. 
Como desearía esos momentos ahora, volver a la infancia donde nada te hace daño, donde vivís en esa realidad de ensueño. Nunca se despierta. La imaginación está siempre latente. Donde los problemas no son problemas. Y ahora, como una nena hago un berrinche por ese momento, lo quiero lo quiero lo quiero. Solo que no lo voy a tener, por ahora.

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